Tuve la
suerte de haber nacido en un lugar paradisiaco, en el Ecuador. Cada amanecer al
abrir los ojos podía ver el imponente cráter del taita Imbabura. Tuve la suerte
de tener una madre ecuatoriana que cada día luchaba incansable y con ahínco por
sus cinco hijos. Su ejemplo y enorme valentía, su sacrificio y dedicación
fueron mi primera escuela.
Al
crecer tuve la suerte de ir al colegio San Francisco de Ibarra donde los
sacerdotes españoles y mis profesores españoles y criollos me enseñaron las
matemáticas, la historia y geografía, entre otras 14 materias. Pero sobre todo
los valores y principios que hacen que el ser humano pueda vivir en sociedad.
Poco a poco fui aprendiendo que la sociedad ecuatoriana era única porque tenía
sus propias reglas, aunque estas no estén escritas. Pero eran ese conjunto de
tradiciones, costumbres, moralidad y creencias religiosas que dan forma a la
sociedad ecuatoriana. Hoy al ver la corriente situación ecuatoriana, solo puedo
decir que veo aterrorizado que esos valores y principios que me fueron
inculcados en esa patria hermosa han sido reemplazados por una fuerza del mal
que está causando una descomposición de todos esos valores y principios. ¿Cómo
más explicar la descomposición del sistema judicial? ¿Quién puede explicar? que
el órgano que está supuesto a velar por la transparencia y fortalecer los órganos
de control del estado se haya desnudado ante el mundo como una simple
prostituta al servicio de Rafael Correa. Y en el mismo día cuando la jueza
emitió un fallo en contra de nobles ancianos ecuatorianos, le dejo igualmente desnuda
a la justicia.
Los
valores humanos son ese conjunto de creencias sobre lo bueno y lo malo, lo
correcto y lo incorrecto, en todos los aspectos que conllevan interactuar en la
sociedad con otros. Un gobierno no puede abandonar esos valores universales del
amor y la compasión cuando ejerce medidas sobre su pueblo. El momento que lo
haga empieza un desmantelamiento de esos valores que son parte intrínseca de la
sociedad ecuatoriana.
Si bien
los ciudadanos deben aceptar a vivir bajo un sistema político, económico y
social que es impuesto cada cierto tiempo por quien gane las elecciones en el
sistema democrático republicano. Los ciudadanos no le han conferido a ese
gobierno el derecho a deshacer, descomponer, desvalorizar y desmantelar la
sociedad ecuatoriana. El compromiso a dar el voto y aceptar ser gobernados por
un partido de cierta ideología, no significa que los dieciséis millones de
habitantes han renunciado a sus creencias y opiniones, mucho menos a su cultura
y tradiciones.
Es así
como el ciudadano ecuatoriano comienza a caer en la desesperación al ver que
sus derechos no son respetados, porque la justicia ya no es independiente ni libre
de los caprichos del gobierno. Al ver que los valores personales, su libertad,
su derecho de expresión, su derecho a perseguir una vida justa, equitativa y
digna ha sido secuestrada por leyes y medidas tiránicas que solo persiguen hacer
del ciudadano un esclavo de un sistema pseudo socialista perverso, mezquino,
corrupto e ilegal.
En las
clases de teología de un sacerdote Franciscano, yo debatía a los doce años por
qué hay cosas que son sagradas y otras profanas sólo porque están escritas en textos
sagrados. Y el padre Benito Andueza me explicaba que son esos valores sagrados
los que sirven como una fuerza de guía en la vida y son las que proporcionan un
sentido de dirección a un individuo y al conjunto de la sociedad. Cuando esos
principios son desechados, entonces la confusión se apodera de las mentes de
las personas con respecto a un problema o un sentimiento. Cuando eso sucede la
sociedad pierde sus valores y termina en la anarquía.
Es precisamente
lo que está sucediendo en el Ecuador. Hoy se está utilizando las judicaturas
como aparatos de intimidación contra su propio pueblo. Jueces lacayos que no
tienen ni el más mínimo respeto a los códigos legales, ni a la justicia, ni a
los derechos del ciudadano que son la razón por la que existen las cortes. Ahora
vivimos tiempos de desvergüenza e ignominia, donde la impunidad se ha
convertido en el derecho de la partidocracia de Alianza País. El pueblo y todos
los ciudadanos han perdido sus derechos a reclamar, investigar, denunciar los
constantes actos de corrupción. El despotismo de un grupo de cobardes
socialistas que está destrozando la nación a pretexto de una mentada revolución
ciudadana, que se ha convertido en una revolución de despotismo, de corruptos
despilfarradores que persiguen a quienes les denuncien con la protección de los
corruptos fiscales, contralores y la protección de los poderosos que controlan
este inmundo sistema. La descomposición moral de la nación comienza a regarse
como una fétida neblina que se riega por la patria. El ciudadano comienza a
sentir la indignación y la impotencia ante tanta injusticia en la que está
viviendo.
Precisamente
fue en el colegio San Francisco donde pude adquirir conciencia que, sin esos principios,
las leyes y verdades universales no puede existir reglas o leyes que manden
sobre el comportamiento humano, para poder establecer y gobernar la interacción
entre las personas en una sociedad. Los principios son precisamente esas leyes universales
no escritas que todo humano las lleva consigo mismo como parte de su alma, expresada
en su propia conciencia. Quien viole estos principios son despreciados en una
sociedad. Porque la misma conciencia del pueblo y de la sociedad se vuelve la rectora
en la vida. Son esos principios los que se convierten en una brújula que guía el
camino de la sociedad. Esos principios universales hacen que la sociedad comience
a comunicarse en una forma casi telepática. No hace falta que la prensa, los medios
escritos o sociales te digan, se levanta al punto de traer a miles o millones
de personas juntos con el mismo fin de decir “No más a la violación de estos
principios”. Eso es lo que está sucediendo en Venezuela y en el Ecuador.
La
ideología es tan solo un conjunto de ideas utilizadas para dominar sobre un
grupo de gente. Por ello una ideología jamás puede reinar sobre los valores
humanos ni los principios. Porque son estos dos últimos los que establecen la
justicia, la igualdad, la veracidad, la honestidad. Y sin esto no puede existir
una sociedad. Pero la sociedad ecuatoriana debe persistir sobre esta depravada,
corrupta y maldita revolución ciudadana. La misma que no es más que un método de
control para ignorantes, manipulada por un grupo de charlatanes corruptos y
criminales. No más al socialismo XXI en el Ecuador si queremos rescatar la
patria paradisiaca en la que vivimos.
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