Un cálculo peligrosamente erróneo: Venezuela, Ecuador y el fin de la dominación hemisférica de Estados Unidos
Lo que estamos presenciando hoy no es simplemente una serie de declaraciones políticas imprudentes o incidentes diplomáticos aislados. Es la manifestación de un profundo fracaso estratégico por parte del actual liderazgo de los Estados Unidos, un fracaso arraigado en la amnesia histórica, la complacencia intelectual y una incomprensión fundamental de cómo ha cambiado el poder global.
La idea de que Estados Unidos puede intimidar, coaccionar o presionar militarmente a Venezuela sin consecuencias catastróficas no solo está desfasada: es peligrosamente delirante. Este error de cálculo corre el riesgo de activar realineamientos geopolíticos sistémicos que podrían alterar permanentemente el equilibrio global de poder.
Venezuela no es Irak, Vietnam ni Libia
Venezuela no es un Estado débil ni aislado. Es uno de los territorios más ricos en recursos del planeta, con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, además de enormes depósitos de oro, tierras raras, minerales estratégicos y estructuras cristalinas cada vez más relevantes para tecnologías avanzadas.
En el siglo XX, Estados Unidos podía intervenir en América Latina prácticamente sin oposición. Esa era terminó.
Hoy Venezuela existe dentro de un entorno geopolítico radicalmente transformado. Rusia, China, Irán y otras potencias emergentes ya están económica y estratégicamente comprometidas con su estabilidad. Cualquier intento de apoderarse de activos venezolanos —ya sea mediante el secuestro de buques petroleros, presiones financieras o maniobras territoriales— no ocurre en el vacío. Desafía directamente los intereses de naciones que ahora poseen tanto la capacidad como la voluntad de responder.
Esto no es especulación. Es una realidad observable.
El patrón histórico que América Latina reconoce —aunque Washington no
América Latina observa la presencia militar estadounidense con profundo escepticismo no por ideología, sino por experiencia histórica.
A lo largo del siglo XX, los llamados “acuerdos internacionales”, la “cooperación en seguridad” y los “arreglos militares temporales” funcionaron repetidamente como instrumentos de:
-
Extracción de recursos
-
Control territorial
-
Subordinación política
Desde Guatemala hasta Chile, desde Colombia hasta Ecuador, el patrón es inequívoco. La presencia militar precede a la dependencia económica; la dependencia económica precede a la captura política.
Los sudamericanos, a menudo desestimados como “emocionales” o “antiestadounidenses”, en realidad demuestran una capacidad de reconocimiento de patrones históricos superior. Ya hemos visto este mecanismo antes, muchas veces.
El Protocolo de Río de Janeiro (1942) es un ejemplo clásico. Bajo la apariencia de garantías internacionales, Ecuador perdió vastos territorios, seguidos poco después por concesiones petroleras extranjeras cerca de las zonas disputadas. Mecanismos similares se aplicaron en toda la región, incluida Venezuela.
No fueron coincidencias. Fueron sistemas.
Ecuador en una encrucijada
Ecuador se encuentra ahora en un punto de inflexión peligroso.
La reactivación de la base de Manta —supuestamente para ejercicios militares temporales— debe analizarse dentro de este marco histórico y estratégico. Estados Unidos ya mantiene una extensa infraestructura militar en Colombia. No existe una necesidad operativa real de involucrar a Ecuador, a menos que sirva a un propósito geopolítico más amplio.
Ese propósito puede ser el posicionamiento por delegación.
Si el conflicto escala, Ecuador corre el riesgo de convertirse en un punto de origen percibido, absorbiendo represalias mientras los verdaderos responsables permanecen protegidos. Esto no es una conjetura: es un modelo estratégico conocido. Los Estados pequeños suelen ser utilizados como zonas tampón, proxies o territorios sacrificables en la competencia entre grandes potencias.
La población ecuatoriana ya rechazó este camino mediante consulta popular. Cualquier intento de eludir esa decisión no solo arriesga inestabilidad interna, sino también una reacción regional.
BRICS lo cambia todo
La variable más crítica que Washington parece incapaz —o reacio— a comprender es el realineamiento BRICS.
La integración de Brasil en BRICS no es simbólica; es estructural. Refleja un alejamiento de los sistemas financieros, militares y diplomáticos centrados en Estados Unidos. La posible incorporación de Venezuela aceleraría dramáticamente esta transición.
Un ataque —directo o indirecto— contra Venezuela en estas condiciones no sería un conflicto regional. Sería percibido como una declaración de guerra contra un orden multipolar emergente.
Así comienzan las guerras mundiales: no por intención, sino por arrogancia.
La estrategia de fragmentación y sus límites
Durante más de un siglo, la estrategia estadounidense en el hemisferio occidental se ha centrado en impedir la unificación sudamericana. Un bloque sudamericano unido controlaría más del 50 % de los recursos naturales estratégicos del planeta, junto con una población masiva y una creciente capacidad tecnológica.
La fragmentación ha sido, por tanto, esencial.
Pero la fragmentación ya no está garantizada.
La presión económica, la intimidación militar y las narrativas mediáticas están perdiendo eficacia a medida que maduran sistemas financieros alternativos, nuevas rutas comerciales y acuerdos de seguridad independientes. La Doctrina Monroe ya no se puede imponer: solo se invoca.
Argentina y la instrumentalización de la deuda
La situación argentina ilustra la sofisticación de los mecanismos modernos de control.
Lo que suele presentarse como “ayuda estadounidense” es, en realidad, una trampa de endeudamiento diseñada para sostener la hegemonía del dólar. La exigencia de comprar bonos estadounidenses a cambio de “garantías” de préstamos no fortalece a Argentina: fortalece a un sistema monetario en declive.
Pocos comprenden que la Reserva Federal no es ni federal ni una reserva. Es una institución privada cuyo poder depende de la creencia global en su legitimidad. A medida que esa creencia se erosiona, se vuelven necesarias estructuras financieras cada vez más coercitivas.
Esto no es ayuda económica. Es mantenimiento del sistema.
La crisis de gobernanza en Estados Unidos
Detrás de todo esto hay un problema más profundo: la descomposición visible de la gobernanza estadounidense.
El sistema constitucional de pesos y contrapesos fue diseñado para distribuir el poder y evitar exactamente este tipo de imprudencia unilateral. Ese sistema ha sido vaciado progresivamente durante décadas. Lo que vemos hoy es la manifestación final de esa erosión.
Las figuras políticas funcionan como puntos focales, no como verdaderos tomadores de decisiones. El caos no es accidental: es funcional. La desorientación facilita la obediencia. El miedo simplifica a las poblaciones.
No se trata únicamente de personalidades o deterioro cognitivo. Se trata de decadencia estructural.
Una advertencia, no una amenaza
Ecuador, Venezuela y América del Sur no son enemigos de Estados Unidos. Pero ya no son territorios pasivos dentro de una esfera de influencia incuestionada.
Lo que está en juego no es solo el petróleo, sino la arquitectura misma del poder global.
La historia demuestra que los imperios rara vez reconocen su declive a tiempo para gestionarlo de forma pacífica. La tragedia sería repetir ese patrón —esta vez con Estados armados nuclearmente, cadenas de suministro globales integradas y consecuencias a escala planetaria.
Esto no es un llamado a la confrontación.
Es un llamado a la inteligencia, la contención y la conciencia histórica: cualidades que, en este momento, parecen peligrosamente ausentes.

No hay comentarios:
Publicar un comentario